Reflexionando sobre el discrimen, la ignorancia y un poco de caca
Quisiera que toda nota publicada en mi blog los matara de risa. Que cada oración tuviera el efecto refrescante de la brisa marina (y no me refiero a la que te golpea la cara cuando estás dentro de la yola en pleno Canal de la Mona). Hoy será un buche de agua salada de ese mar profundo y misterioso. Porque en el mundo real, la inmigración no es un cuento de niños. Tú no eres Alicia y tampoco vives en el País de las Maravillas.
En mi caso, rodeada de gente “cool”, la discriminación suele ser un paréntesis gracioso dentro de la cotidianidad de mi existencia; pasando de largo como un chiste más para contar en la próxima reunión social. ¿El último?: Una señora, el otro día, me dijo que mi pelo no era de dominicana. Yo quería darle la razón, pues soy el resultado trascendente de africanos, taínos y españoles (¡como ella!). Pero me limité a decir que mis greñas han sabido someterse al calor de la plancha. Ella no quedó conforme y me agarró –literalmente- por los pelos, buscando raíces que delataran un posible procedimiento químico. Solo alcancé a ver la cara de mi amiga y compañera de aventuras, ante el desatino de su propia suegra.
Si todas las experiencias fueran así, no habría casos de niños separados de sus padres, inmigrantes ilegales. Ni hispanos en USA, ni haitianos en la República, ni dominicanos en Puerto Rico, escribiendo páginas tristes de la historia. Pero aquí estamos, cada cual alzando la voz por los suyos de la manera que puede.
Hoy me enteré de un caso que me llenó de indignación. Mi amiga Tania, dominicana, periodista, residente legal en Puerto Rico fue a un importante banco del país. Tal vez, ¿el más importante?, a sacar una cuenta de ahorros. Llenó satisfactoriamente todos los espacios del formulario, incluyendo el número de Seguro Social. Cuando la oficial que la atendía leyó su nacionalidad le pidió el pasaporte. ¿Cómo para qué? Ella no pensaba abordar un avión. ¡Solo quería sacar una cuenta de ahorros! Ella le explicó que su identidad máxima y de mayor peso como inmigrante es su tarjeta de residente o “Green Card”. Llamaron a la supervisora, quien apoyó el requerimiento del pasaporte. Mi amiga, muy molesta –con toda razón- rompió los papeles, se los dejó allí y se fue al otro banco más cercano. ¡Y ya tiene su cuenta!
Ignoro la política del banco X, pero yo también tengo cuenta allí y nunca me pidieron el pasaporte, lo que me hace pensar que fue una solicitud “medalaganaria” y discriminatoria por parte de la dependienta y su supervisora. Ella se imagina –pienso- que si no tiene pasaporte no vino en avión, y si no llegó en avión, llegó en yola, lo que la convierte en una vulgar yolera dominicana. ¿Y eso se llama? Ignorancia total y absoluta.
Tan reciente como la Semana Santa pasada tuve la visita de una prima dominicana, quien se enfermó del estomago (sin haber comido habichuelas con dulce) y la llevamos a un Centro de Diagnóstico y Tratamiento (CDT). Allí le pidieron el número de Seguro Social. Le contestamos que no tenía, porque ella es dominicana y está de paseo. La señora se voltea, me mira y me dice: “No importa, mi amor. Todos los países tienen Seguro Social”. Y los dominicanos somos brutos. Quise sacar mi Cédula de Identidad y Electoral, y con ella, hacerle un depilado facial. Entiendo que la dama no está supuesta a saber qué usamos nosotros para identificarnos, pero ¿cómo hacer una afirmación tan pobre y limitada de lo que se estila, en términos de identificación, en la bolita completa del mundo?
Actualmente, la noticia en el tapete de todos los medios de comunicación son los alegados abusos por parte de la Policía hacia los dominicanos, a quienes por su aspecto o acento se les solicita sus documentos migratorios. Que los tengan o no, no es el punto. Es que ni la Policía Municipal ni Estatal tiene derecho a apresar a nadie por su estatus. No les corresponde.
Hace como dos años ocurrió un caso con un chico dominicano que solicitó en el Departamento de Policía un documento de buena conducta y salió fichado, porque se “parecía a un criminal que estaban buscando”. Y nuestra policía es tercermundista.
Yo mantengo una opinión como causa de tanta ignorancia. No será la única razón, pero no contribuye a la solución, sino todo lo contrario: Las representaciones burlescas de dominicanos en los medios de comunicación. Y cito como ejemplo al personaje de Altagracia. Una supuesta empleada doméstica dominicana que simpatizaba por su acento cibaeño y sus ocurrencias campunas. Salía en un programa local del medio día y, actualmente, la contratan en eventos privados para que divierta al prójimo con su sola proyección “dominicaníssima”. Nunca me dio risa. Tampoco me ofendía; pero es que, en honor a la verdad, de dominicana no tiene un pelo, de cibaeña menos, de empleada doméstica, tal vez.
Existe otro personaje que desapruebo por completo y me ofende hasta el infinito. Lo interpreta una reconocida descendiente de dominicanos (¡irónico!) dentro del programa “El Happy Hour de Fidelity”. En su papel intenta representar el dominicano común, según ellos. La mencionada se hace llamar Jocelyn y habla de mangú (¡claro!), de los “cuartos” (dinero) y con la marcada “i” cibaeña al final de cada verbo, más una singular estupidez en cada uno de sus pensamientos. Ella no entiende nada, no sabe de nada y todo lo interpreta peor que un niño de cinco años. Y esperan que me de risa.
No hay manera de enseñarle a la sociedad puertorriqueña cómo somos, realmente. No, mientras, programas como ese y con personajes como “Jocelyn” o “Altagracia”, se siga alimentando la creencia de que así de ignorantes y mal hablados somos todos. Y ¡ojo! No niego que tengamos un acento particular, ¡carajo, todos los países hablan distinto! Pero en el mío hay un montón de acentos. Escogen el que resulta más simpático y lo convierten en burla (que ni siquiera corresponde a la tercera parte de todos los dominicanos) ¿Cuál es la gracia? ¿Por qué no montan a un argentino y nos reímos del “che”? ¿Por qué no ponemos a un boricua que diga “cagjo o ajgó” (carro y arroz)? ¿Verdad que no es gracioso pararse frente al espejo con una viga gigante en el ojo?
Las consecuencias la vemos todos los días, solo refiérase a las plataformas sociales (como en los comentarios de endi.com) y lea el insulto más grande, y común que se le puede escribir a alguien: “Parece dominicano” o “Tenía que ser un dominicano”. Muy lamentable.
Finalmente, como dijera una compañera del Colegio Dominicano de Periodistas en Puerto Rico: “Somos mucho más que mangú y aquí no lo saben”.