¿De aquí o de allá? Ese es el dilema.
Estados Unidos es el país de las oportunidades. ¿Una realidad probada o sólo un cuento de camino? Al menos en la mente de los que cruzan en balsa, en yola y hasta a pie, esa afirmación es la inspiración para lograr su sueño americano. Yo, al menos, todavía no conozco al primer dominicano que haya migrado a la gran manzana -y/o a alguna otra fruta del árbol gringo- y que se haya arrepentido, de manera total.
Por un lado nos enseñan a amar a nuestra patria gloriosa, a cantar el himno más bello del mundo –el nuestro, claro- y que el hambre, la falta de energía eléctrica o cualquier carencia vital, es parte de un conjunto de elementos lindos y culturales que nos convierten en seres especiales. Y nosotros lo creemos.
Nos da vergüenza, sentir vergüenza. Por eso, nos defendemos como gatos boca arriba, cuando un hermano extranjero osa a decir una mentira; o peor aún, una verdad de nuestra sociedad dominicana. Lavamos nuestros trapos dentro de la casa. A veces, reunida con mis amigos “domis”, me escucho a mi misma estereotipando a mis propios compatriotas y no puedo creer que yo sea la autora de este blog.
Sin embargo, volviendo al arrepentimiento, la “buena vida” contamina. Mi amigo Alex vive en Nueva York y a veces hablamos con nostalgia de Chimichurris y Yaniqueques, pero siempre terminamos en la belleza del paisaje que le regalan las estaciones del año en la capital del mundo, en lo emocionante de caminar en una avenida extremadamente cosmopolita y en el hecho de que pueda vestirse como Walter Mercado, como indigente o como Himan y que a nadie le importe.
Adriano no dice mucho. Pero Él sabe que la vida bohemia que lleva en Los Ángeles, jamás podría tenerla en la República Dominicana, sin morirse de hambre.
Yockaira no vive en Estados Unidos. Vive en España. Pero por su cara en las fotos de Facebook, apostaría un dedo de la mano, a que no cambiaría esos paseítos en Europa por una gira a Boca Chica.
Recuerdo la primera vez que visité la República después de dos años residiendo en Puerto Rico. Duré todo el mes de noviembre preparando a mi esposo para las mejores vacaciones de Navidad de su vida. Le hablé de los merenguitos en Nochebuena y Año Nuevo, de Cima Sabor Navideño, del té de Jengibre, de los Aguinaldos, etc.
Cuando llegamos y me di mi primer baño, el cuerpo me empezó a picar. El agua no potable de mi país me altera una condición en mi piel sensible. No llevaba ni tres horas en el mejor país del mundo y me quería ir. Me avergoncé, y no precisamente de la rasquiña.
Eso sí, bastó una cerveza Presidente pequeña para recordar que estaba en el único lugar del universo, en donde no soy una extranjera (perdonen el cliché y el anuncio no pagado).
Por otro lado, cuando hablo con mis amigas casadas con puertorriqueños, todas afirman que se alegran de no haber escogido un “tíguere” dominicano. Yo estoy un poco fuera práctica y mis historias de amor siempre tuvieron una trama feliz, así que me quedo en una muda reflexión cuando pienso en el dilema: ¿puertorriqueños o dominicanos?... Hasta el otro día, que conocí un compatriota en una fiesta por nuestra Independencia.
Nuestro diálogo comienza cuando una joven modelo se pasea por la mesa que compartimos unas ocho personas –incluyendo al personaje dominicano al que llamaremos Juan- exhibiendo un vestido de diseñador. Juan la mira y le dice:
-Mi amor, no me mire´ así que yo llego temprano a la casa.
Por la cara de la sorprendida joven, adiviné que nunca en la vida se habían visto. Así que ESA era su forma de llamar la atención. Me tuve que reír. Hace tiempo que no me exponía a osadías de ese tipo.
Juan agrega:
- En verdad me gusta má´ la rubia. Pero esa no es de mi sai (size). Una así me pega cuerno´.
(Interesante manera de pensar).
Entre la risa y la pena le ofrezco la rosa roja que me regalaron en la entrada y le digo:
- Mira mijo, a ver si esto te ayuda en tu noche de casería.
Él la acepta, la agradece y afirma:
- Yo soy un hombre detallista. Imagínate, ¡yo tenía un colmado! (charlatán, pienso). Pero di el inventario completo, porque le daba todo a las mujeres. Les decía: “¿mami tu quiere´ un salami? ¡Coge salami! ¿Arroz? ¡Toma arroz!”.
Quise darle un poco de mérito, pensando que el dominicano es un buen proveedor y por eso intenta conquistar a través de la canasta familiar.
Le pregunto si tiene novia y me dice un NO rotundo con la cabeza:
- Mira mami –el “mami” viene acompañado de un toqueteo en mi antebrazo, que atraviesa a la persona sentada a mi lado (léase, mi marido, quien está gozando con los argumentos del nuevo amiguito y me mira con cara de: “eso es lo que te iba a tocar a ti, si yo no llego”)- yo no tengo novia, porque las mujeres de ahora no quieren fregar ni lavar ni hacer oficio. ¿Tú entiendes?
Sí, y pienso en los puertorriqueños que se casan con las dominicanas para que los “atiendan”. ¿Por qué soy tan exigente con los extranjeros, si los míos son tan perros?
Trato de buscarle la vuelta a su argumento, pensando que tal vez el está relajando. En eso llegan a la mesa con una bandeja de cup cakes, hermosamente decorados. Le pregunto si no va a comer y nuevamente di fuera del clavo:
- ¿Yo? ¿Comer eso? ¡El que come eso e´pájaro´! (homosexual).
Se me fue la duda: Es machista, perro y homofóbico. Solo hace reír a las mujeres que no comparten su cama.
La verborrea nos lleva al mismo punto: ¿dominicanos o extranjeros? ¿La República o el sueño americano?
Siguiendo con el “tipo de hombre”, pienso que es un tema delicado y muy personal. Recuerdo cuando mi amiguita Gheidy me hizo razonar, diciendo: “Es que el extranjero hasta te enamora diferente”, refiriéndose al tigueraje imperante en nuestra cultura. Y las dominicanas que hemos caminado por una avenida Duarte, Mella, Villa Consuelo o El Conde, sabemos de qué está hablando; sumado a que entre la peste a cloaca y al riesgo de que te agarren las nalgas, los niveles de estrés suben y los de feromona bajan.
He notado que el hombre puertorriqueño no te halaga las partes del cuerpo “obvias” –las mirarán, pero no lo mencionan-. Él resalta detalles sublimes de tu físico: Los ojos, la sonrisa, el pelo…
En cambio, siempre recuerdo un dominicano que me dijo que yo tenía un “culo de negra”, muy bonito. Y esperaba que yo le diera las gracias por ese “poema” de piropo.
Elizabeth piensa igual. Ella dice que el dominicano es mujeriego y que su única virtud es el “allante” (o ayante, no sé, la palabra no existe en el diccionario. En dominicano significa que te enaltecen con el poder de la palabra. Te hacen creer que eres más bonita que el sol. Gracias, Eli).
“El dominicano es perfecto para una noche de locura. Pero si tú estás buscando un hombre para el hogar, mira para otro lado”, afirma mi amiguita.
De este lado del charco, conozco muchas puertorriqueñas que les encantan los quisqueyanos “porque son muy sabrosos”. No sé qué parte del cuerpo “degustarán”, porque a mí ninguno me supo a pollo, pero así dicen.
En cuanto al lugar de residencia, no tengo un argumento claro. Hay ventajas aquí y allá. Es cierto que la calidad de vida es cuestionable en Quisqueya –por no decir otra cosa-. Pero la gente no anda suicidándose por eso, ni escuchas sobre trastornos como la bipolaridad, déficit de atención o la depresión. No digo que no existan, pero la gente se sienta en un colmadón, se baja un pote de ron y se le quita (será).
Aquí hay calidad de vida, pero allá tienes –por menos de $300 dólares al mes- un personal de servicio en casa, que te convierte esa carnita mala clase, en un manjar que te lo sirve en la mesa. (Sin entrar en detalles ni en razones tercermundistas que permiten este fenómeno tan trágico-ventajoso)
Allá no hay agua potable, pero ¿quién no extraña las aguas cristalinas de Punta Cana?...
… Y se va la luz, pero como diría Pedro Mir: “Hay un país en el mundo, colocado en el mismo trayecto del sol”.
Como todo dilema, el asunto es complicado. Estamos aquí por elección, pero cuando cerramos los ojos estamos allá por decisión. Aquí vivimos el presente, pero allá se dibuja la historia. Del futuro, ¿quién lo sabe? Tania está clara que quiere volver; Gheidy segurito no regresa; Adriano, sólo si las cosas “fueran diferentes”; Margarita ya regresó; Yockaira no parece, Alex, solo en vacaciones y Elizabeth… Sólo volvería “si la Unión Soviética resurgiera, se apodera de los Estados Unidos y haya que salir corriendo, y la República Dominicana sea geográficamente el único destino conveniente”. Qué drástica. Quiero ponerle impedimento de lectura en El Canal de los Monos. Aunque comprenda perfectamente su desencanto.
- En mi país se vive una democracia ficticia. Su democracia solo sirve para el desorden y la corrupción. Me cansé de que me opriman. Aquí yo puedo comprarme una blusita sin remordimiento.
Como Elizabeth es compatriota, me siento sin argumentos para rebatirle. Pero le pregunto si hay algo que extraña, y piensa un momento:
- Los chimis. Solo extraño la comida.
La miro demasiado sorprendida (mi lista de añoranzas es tan larga que no le creo).
- ¿Qué tu quieres Cristina? ¿Qué extrañe los carros públicos?
Adiós, Elizabeth. Te subí los vidrios.
Yo creo que debemos seguir realizando estos intercambios culturales. Tú coges de allá, que yo pruebo de aquí. Tal vez esa sea la clave para romper muros y fronteras.
¿Aquí o allá? ¿Extranjeros o locales?... La decisión es tuya.