Por qué las dominicanas NO pueden SONREÍR…
Ser chulámbrica, en mi país, es una característica de cuidado (en el argot popular dominicano, se refiere a una persona que sobrepasa los límites de la simpaticura. Sinónimos: Sabrosa, relambía) No es un defecto ni tampoco una virtud; pero en mi caso, chulámbrica de nacimiento, mi sonrisa vivió bajo el escrutinio de mi mamá. Ella no quería que me riera tanto ni le hiciera fiesta a los chistes de hombres.
Yo no entendía por qué, si YO, una persona educada, que sonríe, que saluda, que celebra, que manotea, que pica ojo y saca lengua, tenía que limitar MI SER, para que no se “malinterpretara”. Eso es como una versión light y gluten free de “no te pongas esa falda tan corta para que no te violen”.
Con una personalidad atrevida, pasé la mitad de mi vida escuchando: “A ti te van a dar una galleta un día, por fre’ca”. Gracias a Dios, nunca me la dieron. No me violaron, ni tuve que aclararle a ningún hombre que mi sonrisa no es porque quería que me agarrara una nalga.
Ahora sé que si eso no sucedió, es porque mi mamá fue una guardiana firme en sus criterios y construyó una base sólida de predisposición al género masculino.
Poco a poco empecé a dejar de enseñar tanto los dientes.
Ahora que tengo una hija, reconozco que a veces le digo (en mi mente, solo en mi mente):
- ¡Muchacha! ¡Deja el meneo! ¡No seas tan sabrosa!
Pero me contengo; recordando que debo velar por un comportamiento digno y educado, pero sin hacerla responsable de lo que otros mal entiendan, en especial, si el mensaje que está transmitiendo no cruza los límites de respeto.
Como viví 10 años en Puerto Rico y desde hace casi 6 vivo en Texas; ese destete de mis orígenes, me ha ido liberando de las armas de desprecio hacia los hombres que no conozco.
Llevo todo este tiempo sonriendo con libertad y nadie me ha pedido mi número de teléfono por eso. Salgo en ropa de ejercicio, con la que jamás habría salido en República Dominicana) y no me han dado siquiera un mirada “cuestionable”.
Aquí recibo los piropos más educados de hombres y mujeres. Cuando salgo en familia, más de una persona nos dice algo bonito:
”You all look so great!”
(¡Ustedes lucen muy bien!)
Mujeres desconocidas me han alagado el color de pelo o una ropa específica.
Los hombres, ¡ni se diga! Cuando recién había llegado a San Antonio, en un restaurante, un muchacho le “ pidió permiso” a Raúl para expresar que le gustaba mi estilo.
En un supermercado, un hombre grande, con tatuajes, aretes (digamos que uno que mi mamá habría desaprobado completamente) me preguntó si podía decirme un halago: “Can I give you a cumpliment?”.
Yo, de vuelta a mi confianza y normalidad de no filtrar, evadir o limitar ningún contacto social le dije que CLARO QUE SÍ. Y me dijo que yo era muy bonita. Y listo. Se fue.
No me persiguió por el pasillo de las carnes y mucho menos por el de la leche y los huevos.
¡Sobreviví para contarlo!
Me siento tan libre aquí. Yo sé que a veces traspaso algunos límites de prudencia, (soy DOMINICANA, obviamente) porque he sabido hablarle a gente “carro a carro”, tipo:
¿Tu eres puertorriqueño?
- Siii, ¿como tú sabes?
- Porque tienes un Camry y estás texteando, riendo y manejando. Todo al mismo tiempo.
(Diálogo real de esta mañana, llevando los niños a la escuela).
Hace unas semanas me recomendaron una barbería latina para recortar a Raulito. Su papá normalmente se encarga de esa tarea; pero como yo no estaba muy contenta con su barbero, a voluntad propia decidí llevar a mi hijo a este sitio nuevo.
Cuando llegué -saludando y sonriendo-, rápido me convertí en la “amiguita”. Ningún barbero dominicano se molestó en preguntar mi nombre. Oficialmente era:
“Amiguita, déjame buscarte una silla para que te sientes”
"Fulano, ofrécele una botellita de agua a la amiguita”
“Amiguita, ¿tú eres de Puerto Rico?
No, dominicana pero viví en PR porque mi esposo y mis hijos nacieron allá.
Pero ¿dominicana de dónde? (Super emocionado, como si cupiera la posibilidad de que entre más de 11 millones de habitantes pudiéramos haber sido vecinos)
- De Santo Domingo, la capital. Sonrío.
- Pero, ¿de Piantini? (zona reconocida por su clase social alta)
- ¡No, mijo! De aquel’lao; de la zona oriental (zona estigmatizada por el nivel económico y social más bajo)
- ¡Queeeeee! ¡Pero yo también!
Pues sí, resultó que él jugaba baloncesto en la cancha que estaba frente a mi calle. Entre 11 millones de habitantes resultamos vecinos en la década de los 80.
Me despedí feliz, porque a mis casi 44 prefiero ser “amiguita” que “Señora Cristina”.
Tenía el corazón alegre, pues nuestro acento es música para mis oídos. Disfruté escuchando (comiendo boca) de las conversaciones entre los compatriotas barberos:
“Mi hermano, no sea lambón”
“Llámate a la cubana de la comida, AL FAVOL?”
“Rápalo bien a lo lao”
Y un largo etcétera…
Semanas después regreso nuevamente con mis dientes afuera.
Esta vez, la “camaradería” y la confianza eran más evidentes: Llegó la amiguita.
El dueño me dio (sin preguntar) su teléfono celular, porque, según me dijo, es DJ en una discoteca latina. Los sábados son de salsa y que si le aviso que estoy allá me va a “tirar” un saludo por el micrófono.
(¡Qué emoción! ¡No puedo esperar a convertirme en la “figura reconocida” de la noche).
Me presentó al resto del equipo quisqueyano:
- Mira, ese que está ahí es dominicano también.
- ¡De San Pedro de Macorís! (Afirma el susodicho, como si estuviera negando que es dominicano porque ese pueblo del este es cosa aparte)
- ¿Serie 23? -Pregunto yo con emoción, pues así se les reconoce a los petromacorisanos.
A este punto el barbero deja a su cliente a medio talle para acercase y preguntarme:
- ¿Tú también?
- No, mi papá y familia paterna.
Ahí entablamos la conversación típica, de cuál es tu apellido, por dónde vivía tu familia, etc.
Cuando terminan con Raulito, y se supone que ya me vaya, el barbero le dice al niño:
“Papi, párate de ahí para que tu mamá se siente”
(¿Y yo por qué? Yo no me vine a recortar…, pienso)
Obedezco, incrédula y desarmada de la malicia que tanto le costó a mi mamá sembrar en mi corazón y tatuar en mi semblante.
Se va cerrando el círculo alrededor de mi. “Sígueme contando”, dice.
Pero yo no estaba contando nada. Estábamos CONVERSANDO.
Antes de que pudiera decir algo, pregunta:
- ¿Tú sabes bailar merengue?
Me río, como diciendo: ¡Pero, claro!
Y continúa:
- Pero, ¿tu baila bueno, malo o regular?
Dudo en dar una respuesta.
Y no fue necesario porque -sin música puesta- me agarró por el brazo y me dio la típica vuelta de baile. Aunque no hubo contacto cuerpo a cuerpo, me agarró por sorpresa y todo lo que mi mamá me había tratado de enseñar, como por arte de magia, mi cerebro lo descifró. Todo tuvo sentido el pasado sábado. No me violaron ni me agarraron una teta. Me trataron como familia y cruzaron ese espacio personal que divide a dos desconocidos.
El dominicano es tan “tiguerazo”, que te lleva a donde él quiere y tú no no tienes derecho a ofenderte, porque ¡tú te estabas riendo!
Yo solo atiné a decir:
“Pero, mi hijo. De poL Dio”
El dominicano tiene un talento único para hacerte reír; pero si no quieres terminar bailando merengue en una barbería con un extraño, aguanta la risa.
De ahora en adelante, al menos en la barbería dominicana, de vuelta a los principios básicos que me inculcó mi mamá: Cero sonrisa y cara de culo.