Marcha de Novias (1era. parte)
No soy una revolucionaria y no lograré serlo a estas alturas del calendario. Tampoco soy una frívola –totalmente-. Creo que estoy en un vulgar punto medio. En una zona cómoda que me permite colgar en la red escritos de defensa hacia la comunidad dominicana en Puerto Rico, y también alcanzar el esmalte de uñas rosado melón.
Digamos que cada quien tiene sus talentos. Si yo hubiera estudiado en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, no me habrían visto lanzando piedras y mucho menos chillando en la televisión. Oh no. Si hubiera estado en Puerto Rico cuando la Marina de Estados Unidos estaba en Vieques, por mi, ahora estarían los gringos cogiendo sol en Bahía de la Chiva. Oh sí.
Agradezco que en el mundo haya gente capaz de hacer lo que yo no haría. Gracias a ellos, países como el mío son libres e independientes de toda potencia extranjera –literalmente y como nos enseñaron en la escuelita-.
Por ser quien soy, cuando la Presidenta del Colegio Dominicano de Periodistas en Puerto Rico me pidió apoyo a una marcha del Centro de la Mujer Dominicana, me dio grima. Empezando, la palabra marcha no va conmigo. En mi cabecita, marcha implica: gente sudorosa, sol implacable, contaminación ambiental, congestión vehicular y cámaras de televisión que sacan tu peor ángulo.
Como podrán imaginar, busqué en mi agenda, rogando tener el jueves 10 de noviembre muchas actividades importantes. Nada. “Semana de limpieza navideña”. Como no pude mentirle, abrí mi mente a la posibilidad de ponerme tenis, gorras y unas gafas que cubrieran la mitad de mi cara.
Mi vi buscando información de la marcha, que resultó ser un evento que se realiza anualmente, desde hace 11 años, en diferentes comunidades en Estados Unidos y en la República Dominicana. Es conocida como la “Marcha de las novias” y se realiza en contra de la violencia hacia la mujer y en memoria de Gladys Ricart, una inmigrante dominicana que fue asesinada por su ex novio, en New Jersey, en el año 2000.
La historia -por triste- te cautiva y por cruel, le despierta las fibras rebeldes al más pasivo.
Gladys, guapísima, tuvo un novio por 7 largos y fastidiosos años. Ella, la pobre, le aguantó desde el clásico empujón hasta el más feo estrujón. Hasta que, como un gato que pierde la última de sus vidas, su paciencia terminó. Lo botó como a un perro con diarrea y se decidió a reconstruir su destino.
Ella trabajaba en una publicitaria y la rata de dos patas era un reconocido empresario, también dominicano. Ojo, el hombre maltratante puede vestir de Armani e igualito te rompe la cara. El tipo, de apellido García, fue Presidente de la Cámara Dominicana de Comercio en Nueva York. Un digno representante…
Gladys conoció a James Preston, Jr. un tipo que debió ser la antítesis del primero. Pues, cuentan, que ambos eran el uno para el otro y que finalmente, la dominicana, iba a ser feliz al lado de un gran hombre.
Llegó el día de la boda. Era septiembre y ella estaba radiante, rodeada de sus damas de compañía, repartiendo las flores que llevarían todas en su recorrido al altar. A poca distancia, James la esperaba; pero Gladys no llegó. Pues, García –muy bien vestido, cual invitado más- entró como el perro que era, por su casa, sacó un arma y disparó, al menos tres veces, sobre la impecable novia que quedó teñida de rojo (y así se le recuerda hoy día, como “la novia de rojo”).
Luego de eso, lo que vino fue una lucha campal para probar que el tipo era violento y lo ocurrido había sido con premeditación y no un impulso producto de la pasión del momento –como quisieron demostrar sus abogados-. Se levantaron muchas voces en contra de García, lo que permitió que se le diera una condena de 25 años. (Que me parecen pocos).
Para aquella época, una norteamericana consternada, se vistió de novia y se tiró a la calle, en contra del vil asesinato de Gladys. Su gesto fue el comienzo de una marcha anual a la que se han unido celebridades como Salma Hayek.
Mientras leía esta historia que les cuento, tuve que remontarme al día de mi boda. Pensar que yo era Gladys, rodeada de mis mejores amigas, y muy segura de que estaba en la primera página de mi propio cuento de hadas. Erase una vez, una hermosa novia el día de su boda… ¿y llega una lacra asquerosa y transforma la realidad en una película de terror?
Me anoté en la marcha, que yo quisiera llamar recorrido pacífico en contra de los cobardes. Traté de conquistar a mi esposo para que me acompañara, pero se nota que él no ha sido una mujer maltratada, porque tajantemente me dijo que no.
Estoy en mi cama, rogando a Dios que la lluvia nos deje marchar. Irónicamente, aunque no soy una rebelde, creo más en los actos que hacen ruido que en los que apenas se escuchan. Pero esta vez quiero tener fe de que unas cuadras de caminata vestida de novia harán una mínima diferencia. Yo tendré fe.
(Si lees este blog el jueves 10 de noviembre, antes de las 11:00 am, te invito a la terminal del tren en Río Piedras, para que nos casemos juntas, por la paz)
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